domingo, 10 de junio de 2007

AGUSTINA

Una tarde de otoño las sombras invadieron tu mente para tratar de desangelarte. Comenzaron con un temblor de labios, luego te palpitó la mejilla y después el ojo. Más tarde se te acobardó la pierna y la imitó el brazo, quizás porque también se asustó. De ahí en adelante ha sido innumerable la cantidad de remezones. Te sorprenden en el sueño, te sorprenden en el juego. Te nublan instantes y te obligan a borrarte del mundo. Intentan que te des por vencida y que te escondás en un rincón, alejada del sol y de la vida. No quieren que tu risa cristalina, esa que salta y canta cada vez que te aparece, nos ilumine a nosotros, los adultos, los que curiosamente sentimos un pánico que resulta bastante patético al lado de tu coraje. No toleran la alegría impetuosa que te fluye a borbotones ni el desparpajo simple con que enfrentás al mundo. Quieren desangelarte nomás. ¿Pero sabés qué? No me importa, no me importa, no me importa... Porque yo sé que no van a poder. Un día te vas a despertar y vas a descubrir que son ellas, las sombras, las vencidas, las que se fueron. ¡Qué ingenuas! No saben que con vos no se puede, porque sos muchísimo más fuerte y que, lo que pareció un atisbo miedo en un principio, sólo fue la sorpresa de no estar prevenida. Ahora que ya las descubriste, te reís a carcajadas por dentro y esperás paciente, tranquila, a que llegue el momento en que se van a escapar, en que se van a esfumar derrotadas, sin haberte quitado el ángel.


Bettina Ridois

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